FILOSOFÍA Naila Cristóbal, finalista Olimpiada de filosofía

El ocio

Ensayo premiado

Querido diario,

Hoy, desde mi versión más plena y realizada, mientras reflexiono sobre las lecciones que he adquirido en mi camino, quisiera expresarte mi gratitud y repasar algunas de las reflexiones que he compartido contigo a lo largo del tiempo.

Antes solía pensar que mis actividades de ocio no eran más que una forma de diversión, un pasatiempo, una manera de escapar de la realidad. Menos mal que eso ha cambiado, ¿verdad?

Recuerdo aquel día en el que me hallaba plasmando lo que tenía ante mis ojos, y mientras contemplaba la representación que cobraba vida en el lienzo, surgió en mi mente la pregunta: ¿Se limita mi actividad al mero entretenimiento, o mi verdadero propósito es la comunicación de emociones y sentimientos

Motivada por el deseo de comprender por qué buscaba expresarme de esta manera y las consecuencias que esto tenía en mi identidad, decidí explorar esta cuestión más a fondo dentro del ámbito filosófico. Durante mi investigación, encontré una corriente conocida como existencialismo, la cual enfatiza la importancia de la elección consciente y auténtica en la vida de cada individuo. Según esta perspectiva, la selección de actividades, incluso en el tiempo de ocio, se convierte en una forma de expresar mi verdadera naturaleza, decisiones conscientes que revelan mis valores, creencias y preferencias.

¡Estaba tan confundida! Cada vez eran más las preguntas que rondaban en mi mente. Si a través del arte buscaba comunicar la impresión que obtengo de algo captado por los sentidos, ¿Era sensato depositar plena confianza en ellos para interpretar la realidad? ¿Existían limitaciones en mi capacidad para comprender el entorno que me rodea?

Resultó que René Descartes ya había abordado esta cuestión. Puso en duda la fiabilidad de los sentidos como medio para alcanzar la verdad. En su famosa afirmación “cogito ergo sum”, destacó la importancia de la razón sobre los sentidos, que la verdadera certeza se encuentra en la capacidad de la mente para razonar. Por otro lado, filósofos empiristas abordaron la teoría del conocimiento desde una perspectiva más sensorial, alegando que todo conocimiento deriva directa o indirectamente de la experiencia.

Y, siendo honesta, cada vez me abrumaba más tanta cuestión filosófica. Cada vez más preguntas y menos respuestas. Necesitaba un descanso urgente, así que decidí que sería buena idea escaparme a Roma en busca de un respiro, y quién sabe, tal vez encontrar alguna inspiración entre los antiguos monumentos.

Unos días más tarde, finalmente llegué a Roma, exhausta por el largo viaje. Al llegar al hotel, me encontré frente a un dilema. Se me presentó la posibilidad de realizar una visita al centro histórico, el Coliseo, el Foro Romano, o en su lugar, optar por un día tranquilo en las instalaciones del hotel, disfrutando del sol, la piscina y la calma. ¿Empiezas a ver a dónde quiero llegar? Me encontraba ante el debate de Descartes y los empiristas.

Si hubiera elegido conocer los monumentos más significativos, habría seguido la razón, al nutrirme de conocimiento sobre la cultura romana. Pero, como bien te puedes imaginar… decidí quedarme en la piscina del hotel.

Realmente, podría parecer una excusa, pero tomé la decisión de quedarme para evitar las preocupaciones innecesarias y el estrés que me supondría hacer turismo por Roma. Opté por disfrutar de una forma de placer moderado y sensato (o al menos eso creo). Si te das cuenta, me alineé con la filosofía epicúrea. Esta corriente sostiene que el placer es el bien supremo y la meta principal en la vida, pero es crucial que entiendas que no aboga por los excesos o el placer desenfrenado, sino por la búsqueda del placer sencillo y duradero que conduzca a una vida tranquila y libre de dolor.

Como ya sabes, a raíz de esta experiencia, comencé a buscar actividades en mi vida diaria que me brindaran placer y tranquilidad al mismo tiempo. Así, intenté descubrir patrones o tendencias en mis actividades recreativas que revelaran aspectos sobre mi identidad. Resulta increíble, ¿verdad? toda la vida conviviendo conmigo misma, ¡y aún no me conocía del todo! Pero ya había iniciado el camino para hacerlo. 

Estuve leyendo sobre la técnica mayéutica de Sócrates, donde lanzaba preguntas a sus alumnos para estimular el pensamiento crítico y ayudarlos a llegar a sus propias conclusiones, contradicciones y falacias a través del diálogo. Él creía que el conocimiento ya estaba presente en el ser humano, y su tarea era simplemente facilitar su emergencia. Quise alinearme con la filosofía socrática, así que comencé a enfocar de manera reflexiva mis momentos de descanso. De esta manera, mi tiempo de ocio adquiriría un carácter más significativo. Noté similitudes entre sus investigaciones sobre la búsqueda del propósito vital y las interrogantes que me habían preocupado recientemente. Podría haber sido su alumna, ¿no crees?

Ya había recorrido una buena parte de mi camino hacia el autoconocimiento, pero con tanta reflexión me surgieron aún más dudas. Estas estaban relacionadas con mis emociones y actitudes como resultado de mis vivencias, y cómo estas habían influido en la construcción de mi identidad. Por suerte, tenía a mano la obra de Freud, el fundador del psicoanálisis, lo cual resultó muy útil en este sentido. Reflexionando sobre cómo Freud exploraba la formación de la identidad a través del análisis de experiencias tempranas, la interpretación de sueños y la comprensión de procesos inconscientes, me encontré recordando un episodio doloroso de mi niñez.

Durante aquellos años, fui objeto persistente de bullying, lo que dejó una profunda huella en mi identidad. Las secuelas fueron evidentes: inseguridades, ansiedad social y una baja autoestima que persistían a lo largo de los años. Reconocí el origen de mis mecanismos de defensa, diseñados para proteger mi bienestar emocional, y que seguían condicionando la forma en la que me relacionaba con los demás. 

Gracias al concepto de Freud del “trabajo del análisis”, tomé la difícil decisión de afrontar estos sucesos tan traumáticos, sin embargo, la carga emocional me sumió en una profunda soledad, frustración y desesperación. Finalmente, recurrí a la ayuda de un profesional de la salud mental durante mis ratos libres. Él me proporcionó un entorno seguro para indagar en esas vivencias y avanzar hacia la superación. Quizás ya lo sospechabas, ya que fue él quien me recomendó mantener este diario como parte del proceso terapéutico.

A día de hoy, me siento como la capitana de mi propio barco, ¿quién iba a pensar que, gracias a la filosofía, mi tiempo de ocio se convertiría en un proceso de crecimiento personal? Cada pregunta formulada, cada respuesta encontrada y cada momento de reflexión han sido como pequeñas chispas que han encendido el fuego de mi evolución. He desarrollado resiliencia y fortaleza emocional, lista para enfrentar cualquier desafío que se interponga en mi camino. Y ¿sabes qué? No descarto la idea de un segundo viaje a Roma. Quién sabe, tal vez regrese para relajarme de nuevo en la piscina del hotel, pero esta vez, dispuesta a explorar los monumentos históricos, sin sacrificar mi salud mental, con mi guía filosófica en una mano y una cámara en la otra ¡Gracias, filosofía, por ser mi gurú en esta travesía! Y un gran aplauso para mi yo del pasado que escribía en este diario. ¡Quién diría que mis propias palabras serían mi mejor compañera en este viaje!